Al llegar a Chenini nos despedimos de Ahmed y mientras dejamos el coche abajo quedamos deslumbrados por la belleza de este pueblo encaramado en la montaña. Emprendemos camino cuesta arriba pues para acceder al pueblo hay que subir por un entramado que nos dejará en el único hospedaje que existe en Chenini y que ni siquiera aparece guía de viaje.
En realidad llegamos a un restaurante, avisamos de nuestra llegada y nos presentan al gerente que se llama Mohamed y nos da una llave grande que pesa como medio kilo. Nos acompaña un chaval para saber cual es nuestra habitación troglodita que se encuentra todavía más arriba de la montaña y excavada en la roca. Está a unos trescientos metros de distancia lo cual nos parece genial pues estaremos tranquilos en armonía con el silencio y la naturaleza.
Quizás este sea el lugar más bello de todo el viaje. Nuestra habitación es en realidad una casa donde pueden dormir hasta 10 personas. Hay una terraza donde la vista de la antigua "kalaa" o fuerte bereber es espectacular. Las casas aparecen en diferentes niveles, escalonadas, como si fuera una gran fortaleza dormida en el tiempo pues algunas de ellas se encuentran abandonadas, en cambio en otras aún vive gente.
Nos dirigimos hacia la parte antigua pasando por la mezquita y saludamos a los tunecinos que se encuentran en el bar del pueblo viendo un partido de fútbol. Justo al lado hay un pequeño puesto de rosas del desierto, esa piedra maravillosa que me regaló en su día un amigo nuestro en su viaje a Túnez.
Para subir hay un pequeño camino de cabras pero marcado. El antiguo pueblo parece abandonado, pero a lo lejos oímos una voz y un perro que ladra de forma descontrolada y es que el sabe que somos forasteros. Así que nos acercamos sin saber si está atado o no y no sabemos si vamos a tener que salir corriendo. Pero cuando vemos que hay una mujer que nos llama haciendo ademán con la mano para que vayamos, nos acercamos emocionados.
Esta mujer es una auténtica troglodita, sus vestimentas son de un magnífico colorido, ornamentada con sus abalorios y va tatuada en la frente y barbilla. Nos invita a entrar en su casa de piedra, calma al perro y nos hace una señal de que ya está atado.
Aquí es donde vive, una casa cueva que dispone de un patio central y tres estancias. Tiene una pequeña despensa, una cocina con un fogón, una nevera y unos cuantos cuencos y al fondo el dormitorio con una cama un pequeño telar. Todo muy rudimentario.
Le preguntamos la edad en forma de signos y nos dice que tiene 92 años y que es la mujer más mayor del pueblo, que tiene una hija que vive unas casas más atrás y que en el pueblo viejo habitan unas 80 personas pero la mayoría viven en la parte nueva unos kilómetros más abajo.
Es una auténtica bereber, nos ofrece te y nos deja que le hagamos una foto para el recuerdo a cambio de unos pocos dinares, es su modo de subsistir adaptada a los nuevos tiempos. Su porte es el de una mujer digna y que a pesar de su edad, aún conserva la esencia de la belleza.
Nos despedimos de ella dándoles las gracias por recibirnos y seguimos el camino subiendo por un sendero pedregoso hasta llegar a la cima, donde también se encuentran los antiguos " ksour" que a día de hoy, los emplean para almacenamiento. Las casas mayormente se encuentran medio abandonadas con puertas hechas de tronco de palmera.
Desde lo alto vemos como va cayendo el sol , presenciamos una puesta preciosa y a los pocos minutos bajamos pues empieza a bajar la temperatura.
Vamos a cenar al restaurante que hay donde el mismo Mohamed nos sirve una ensalada tunecina, un brick de huevo y queso y un plato de cous-cous . Nos acompaña un rato en la cena y le preguntsmos cuando es el Ramadán, nos dice que dentro de tres semanas y que cuando finaliza hacen una fiesta de reunión. Pero después del Ramadán hacen el Eid Al-Adha, una gran fiesta donde sacrifican varios corderos y van a casa de la familia y los amigos invitando también a los pobres.
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