Desayunamos de buena mañana en el Hostal La Magia de Uyuni. Más tarde nos vino a buscar la agencia de viajes que contratamos y nos fuimos a la oficina para pagar el importe de la excursión de tres días al Salar de Uyuni y la Reserva Nacional Eduardo Avaroa.
Vinieron con nosotros cuatro pasajeros más, un matrimonio con dos hijos. El padre, Octavio era de Potosí pero vivía desde hacía 25 años en Andorra y se casó con Yulia, de padre ruso y madre ucraniana. Ella vivió gran parte de su vida en Bielorrusia, además de haber nacido en Kazajistán. La pareja tuvo dos hijos Alexei y Polina, de 19 y 12 años. Hablaban ruso con la madre, castellano con el padre y catalán entre ellos dos pues viven en Andorra.
La primera parada que hicimos fue en el cementerio de trenes. Había máquinas antiguas abandonadas, ubicadas en un pasaje desértico que me recordaba a los barcos anclados en el inexistente Mar de Aral de Konyak de Uzbekistán.
Más adelante llegamos al Hostal de Sal Condorito para hacer el almuerzo y lo celebramos brindando. ¡Es increíble cómo aprovechaban la sal por estos lares! Hasta el suelo estaba cubierto de sal.
Comimos un poco de verduras, arroz, papas y carne de res y de postre banana caramelizada.
Después seguimos para entrar en el salar de Uyuni y llegamos al punto central donde se encontraban muchas banderas del mundo. Buscamos la de Cataluña y solo vimos la de Mallorca.
Habían bastantes coches aparcados pues era el punto de entrada al salar que en esta zona se encontraba bastante seco.
Tiramos hacia adelante para llegar antes de ponerse el sol. Aquí, en la lejanía del mundanal ruido, el salar de Uyuni lucía en todo su esplendor.
Es el salar de los más grandes del mundo y se encuentra a una altitud de 3653 metros s.n.m. La impresión era de un espacio sin fin, en un blanco impoluto y con una vista excepcional, un lugar extremo y bello a la vez, en contraste con el azul del cielo. A lo lejos parecía que el horizonte dejaba de existir.
Había un lugar de extracción apartada de la zona turística pues antes se encontraba aquí mismo y el turismo contaminaba la zona de trabajo.
Se suele extraer sal por las cercanías de Colchani, un pequeño pueblo donde pasamos a comprar algún que otro souvenir. En este lugar se produce más de 20000 toneladas de sal al año de las cuales 18000 son para consumo humano, el resto es para ganado.
Llegamos a la isla Incahuasi (isla del pescado) dentro del mismo salar, en su parte más céntrica, a 80 km de Colchani. Esta isla se encontraba cubierta de cactus trichoreceus rodeada de un mar de sal en forma hexagonal.
Había que pagar una entrada para acceder a la isla y desde arriba se veía una magnífica vista. Cuando es época de lluvias, al inundarse es imposible acceder a ella. Se podía ver la vizcacha, una especie de conejo de unos 3 kg y de cola larga semejante a la chinchilla.
Desde aquí nos fuimos a ver otra parte del salar para apreciar su efecto en mojado pues las lluvias de los últimos días habían dejado rastros y junto con la puesta de sol, se convertía en un lugar mágico. Se podía apreciar la inmensidad y las tonalidades distintas con el reflejo del sol.
Bajo la superficie hay depósitos de litio que podrían abastecer a la economía del país por 100 años pero por motivos ecológicos los expertos están en contra de explotarlos ya que el salar podría desaparecer en los próximos 5 años.
En el mandato de Evo Morales ya se hicieron firmas de contratos con empresas extranjeras y a día de hoy esos contratos se quieren echar para atrás aunque va a ser complicado.
Ya anochecía y nos fuimos hacia el Hostal de Sal Desierto Blanco para cenar y pasar la primera noche. Se encontraba cerca del pueblo Chubica y cenamos los seis con nuestro guía intercambiando impresiones del estupendo día que habíamos pasado juntos.
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