La expresión “vale un potosí” significa que algo o alguien es muy valioso. Esta tiene su origen en la ciudad de Potosí, que durante la época colonial española fue famosa por sus ricas minas de plata y se convirtió en un símbolo de riqueza.
Carlos era un conductor experimentado y buen conversador, además de ir bien atento por el camino de pista obligado que nos llevaba hasta Potosí.
Los bloqueos acechaban en esos días de viaje a gran parte del país liderado por Evo Morales forzando así al gobierno y a los colectivos del transporte para poder presentarse a las nuevas elecciones el próximo mes de agosto, a pesar de tener causas pendientes con la justicia.
Llegamos después de cuatro horas y media a la ciudad viendo el imponente Cerro Rico. En la estación buscamos taxis y tras un buen rato vimos uno libre que nos dejó en la esquina donde se encontraba el Hostal Santa Mónica.
Hicimos el check-in, dejamos las mochilas en la habitación y salimos a recorrer la ciudad. Potosí se encontraba a 4000 m de altura s.n.m. y nos lo teníamos que tomar con calma. Primero fuimos a visitar la Casa de la Moneda.
Una visita guiada nos hizo viajar en el tiempo recorriendo el enorme edificio que ocupaba cuatro manzanas. La primera casa se construyó donde hoy encontramos la Casa de la justicia construída en 1572 por orden del Virrey de Toledo.
La segunda casa, en la que nos encontramos, se construyó entre los años 1753 y 1773 para controlar la acuñación de monedas coloniales. Estas monedas que tienen la letra “P” acuñada se conocían como potosís.
Las paredes del museo tienen más de 1 m de grosor. No sólo funcionó como Casa de la Moneda sino como prisión, fuerte y durante la guerra del Chaco, como cuartel del Ejército boliviano.
Pasamos la entrada del patio y en medio había una fuente con la máscara de Baco, colocada allí por el francés Eugenio Martín Morlón y que se ha convertido en un icono de la ciudad.
En el interior albergan tesoros como la fastuosa colección de pinturas religiosas de la escuela de Potosí.
También los engranajes de madera de las máquinas laminadas de plata accionados por mulas que, en el siglo XIX fueron sustituidas por máquinas de vapor. Las últimas monedas que se acuñaron aquí fue en 1953.
El circuito guiado dura 1hora y 30 minutos aproximadamente. Después callejeamos un poco y fuimos hacia el museo y convento de San Francisco.
Nos fuimos a tomar una jugo de papaya y limón al Café Bar La Plata, ubicado en la plaza principal, decorado en madera con mesas pintadas de flores, techos altos y música relajante.
Nos fuimos a comer a la Casona de Pasqualina y tomamos un menú con sopa Calapurca cocinada con piedras calientes y rollito de ternera.
Dejamos para la tarde el Convento de Santa Clara, un lugar precioso que guardaba verdaderas reliquias. Este convento se fundó en 1685 y aún sigue acogiendo una pequeña comunidad de monjas: actualmente hay 6 carmelitas que han restaurado este magnífico museo de tamaño colosal.
La excelente visita guiada (al principio éramos solo los dos) de casi horas explica cómo las niñas de familias acomodadas ingresaban en el convento a la edad de 15 años, dando un último adiós a los padres y seres queridos en la puerta de entrada.
Había objetos, estatuas, cuadros, todos de carácter religioso y de incalculable valor como una maravillosa Virgen María del escultor castellano Alonso Cano y varios óleos de Melchor Pérez de Holguín, el pintor más famoso de Bolivia.
Me llamó la atención una sala de crucifijos de madera pintada y en el refectorio había un plato hondo con una calavera donde alrededor comían las monjas.
También me sorprendió el pequeño habitáculo donde se guardaba una muestra de cadenillas de hierro que algunas de las monjas utilizaban para autoflagelarse.
El edificio era tan impresionante como las obras que se exponían, casi todas financiadas por las suculentas dotes donadas por tener el privilegio de ingresar en el convento a las hijas.
También había tres bonitos patios aunque uno era de clausura con manzanos y cactus. Este lugar anclado en el tiempo, permitía adentrarse en el mundo de clausura qué cambió en la década de 1960, con las reformas del Concilio Vaticano II.
Muchas de sus habitaciones son tan frías que no dejo de imaginar pasar aquí las noches de invierno sin calefacción.
En una de las salas que daba la iglesia se podía ver a una monja rezando a través de una ventana que había con barrotes...
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