IRAN: MAYMAND Y LOS TROGLODITAS

Desayunamos sobre las siete y media en el Akhavan Hotel. A las ocho en punto ya se encontraba nuestro guía Iraj en la recepción del hotel para salir hacia Meymand. Son 200 kilómetros los que recorrimos, a unas tres horas de Kerman.

Con el coche pasamos por campos de pistachos cerca de la ciudad de Raftafan, lugar donde nació uno de los últimos presidentes del país, Akbar Hashemi Rafsanjani. Irán es uno de los mayores productores de pistacho en el mundo y el primer exportador. También vimos varias fábricas con minas de oro y cobre.

Antes de llegar a Meymand realizamos una parada para hacer un pequeño picnic, algo muy frecuente en los iranís cuando viajan y que llevan cargados en el maletero del coche el termo con te, pastas caseras y el nargileh, la pipa de agua para hacer un alto en el camino. Iraj extiendió la manta en el suelo y nos sirvió té y pastas. Yo llevaba mis pastelillos de dátiles que compré ayer en el Bazar. También Iraj sacó bocadillos que preparó su mujer pero como ya hemos desayunado los dejaremos para la tarde, a la vuelta. Si a los españoles les gusta comer, los iranís no se quedan atrás...

Nada más llegar, apreciamos el paisaje que a pesar de abrupto no deja de ser sorprendente. La población de Meymand se encuentra a unos 2300 mts de altitud a 100 km adentrado en el desierto. Posee unas 406 casas-cuevas con 2560 habitaciones en total. En el invierno puede llegar a haber unas 30 familias de 5 o 6 miembros cada una así que en total hay unos 200 habitantes en todo el pueblo. Pero en el verano, con el sofocante calor la mayoria de familias bajan las montañas para dar pasto a las ovejas. Algunas familias utilizan estas casas como segundas residencias pero otras, sobre todo gente mayor, vive en el pueblo durante todo el año. La gente joven ha marchado a las ciudades a vivir. Es posible que en unos cincuenta años o quizás antes este pueblo quede deshabitado. En las entradas de algunas de las casas colgaban una especie de amuleto para prevenir los malos augurios. 

Primero entramos en la mezquita que separaba con una manta la zona de hombres y por detrás quedaba un espacio reducido (cómo no) para las mujeres. También había unos antiguos baños públicos, un restaurante típico de picapiedra y un museo local donde pudimos apreciar los utensilos rudimentarios de labranza, confección de alfombras y cestos que se elaboraban con ramas de árboles.

Algunas de las casas-cueva permanecían cerradas y otras muchas han quedaron en abandono. Pero lo más interesante estaba por llegar. Pedimos permiso para entrar en algunas de las pocas casas que hay habitadas y que de esta forma pudimos compartir durante unos momentos la forma de vida de estos curiosos habitantes en las cuevas. 

Una de las familias nos acogieron y nos prepararon té con pasas y nos partieron nueces. En la estancia principal nos recibieron el padre, la madre, un hijo y nieto. A continuación se acercaron las hijas mayores con otro de los maridos y nos miraban como auténticos bichos raros pero poco a poco fueron entrando en conversación avasallándonos con preguntas como cuantos años teníamos, cuanto ganábamos, cuantos hijos... se echaban las manos a la cabeza con nuestras contestaciones... no comprendían el dinero que ganábamos, el porque no teníamos hijos y sus formas de reaccionar, era normal, veníamos de "otro mundo".

Se acercaba en ese momento una chica joven con su bebé que me lo dejaba coger un rato, era toda su carita preciosa. Nos permitieron hacer fotos de todos los rincones de la casa, la cocina, el almacén, era una cueva auténtica, con las alfombras sobre el suelo como buena costumbre iraní.

La madre, nos sacaba mientras tanto en una palangana de aluminio un estómago de oveja donde habían curado de forma "tradicional". Nos explicaron que entre seis meses y un año lo secaban, nos enseñaron el original que era enorme pues sólo llevaba cinco días de proceso y otro ya seco que era una décima parte de lo que era, es decir, ya curado. . . nos dejaron probarlo, era una carne seca parecida al chicharrón bastante salada... Iraj alucinaba y hacía fotos, pues era la primera vez que lo veía al igual que nosotros. Compró la pieza pequeña para llevársela a casa. Me gustaría ver la cara que pondrá su mujer cuando le traiga el estómago cordero disecado ...jajah!

Después de compartir con la familia su casa, tradiciones y la típica gastronomía, nos despedimos y seguimos subiendo por las laderas donde nos encontramos con un viejete que se encontraba a la sombra y vendía especias. Le compré una bolsita de especias para la sopa, según Iraj eran muy buenas como condimento.

Mas hacia arriba se encontraba una pareja de novegenarios en pobres condiciones y enfermos. El marido era ciego pero nos recitaba de memoria con gran vitalidad y armonia bellos poemas de Ferdosi. Éra un auténtico rapsoda. Tenía una memoria de elefante e Iraj nos tradujo el significado de ellos. Le dimos algo de dinero por su amabilidad y porque realmente lo necesitaban. Lo agradecieron enormemente. Pensamos lo dura que es la vida cuando eres mayor y no hay recursos. Les dimos las gracias y seguimos nuestro camino.

Otra mujer nos saluda y me cogía de la mano para entrar en su casa. Aprovechó esta intimidad para llevarme a su puerta y enseñarme su casa. Curiosamente iba vestida con colores claros de blanco y gris, con falda azul cielo. Realmente vivía como una auténtica troglodita.

Eran más de las cuatro de la tarde y teníamos que volver hacia Kermán. Nos llevamos un grato recuerdo de este pueblo perdido y desconectado del mundo como tantos otros... pero lleno de humildad y hospitalidad por parte de sus gentes.