Entrando por la Puerta de Jaffa, lo primero que hacemos es pasear por el barrio judío, un mundo totalmente ajeno al nuestro por su religión extrema y costumbres.
Es un barrio precioso, limpio con calles empedradas, hay algún niño jugando y otros aparecen en las puertas de sus casas.
Se respira paz dentro de las murallas de Jerusalén, la ciudad Santa.
Nos dirigimos al Cardo Máximus, donde se encuentran unas columnas de la época de los romanos y su calle se amplía a 12 metros de ancho.
Subiendo unas escaleras visitamos la Sinagoga de Ramban, la más antigua de la ciudad vieja.
En su interior vemos a un rabino sentado rezando y agarrándose al pupitre mientras se balancea de atrás hacia delante con un libro abierto.
En la Sinagoga Hurva nos hacen pagar una entrada para subir a la cúpula y desde su terraza vemos una hermosa panorámica de la ciudad antigua.
Caminamos hacia el famoso Muro de las Lamentaciones, de sesenta metros de ancho en lo que corresponde al barrio judío y que tantas veces hemos visto en los libros.
Pero una vez llegas a este lugar te impone respeto. Aquí los rabinos y fieles se encuentran rezando frente al muro, golpeándose la cabeza y con las manos apoyadas en lo alto. Van ataviados con vestimentas de color negro, sombreros, los típicos tirabuzones a los lados y la mayoría con barba.
Los haredim (judíos ultra-ortodoxos) dedican toda su vida al estudio de los libros sagrados y a la oración. Se libran del servicio militar y son mantenidos por el Gobierno. Las mujeres tienen una media de 4 a 6 hijos. Pero por otra parte viven en condiciones austeras rozando la pobreza. Todo ello les aísla de la población judía laica y esto hace que permanezcan en su mundo de burbuja.
En su rezo, están realmente concentrados. Llevan un tefilín en la frente (para subordinar al intelecto) y otro en su brazo izquierdo rodeándolo con cinta negra hasta llegar al dedo, como recordatorio del aprendizaje de la Torá, (sobre el dominio de las emociones para ir por el buen camino). En el interior de cada tefilín llevan pergaminos doblados con textos escritos.
El muro se encuentra dividido en dos secciones, una para hombres y otra más pequeña para mujeres. Observo en la parte de las mujeres que dejan papeles entre las rendijas de las rocas...
En la zona de los hombres al lado del muro accedi a una especie de cueva, repleta de fieles rezando, chocando sus cuerpos entre sí, ajenos al mundo y concentrados en sus plegarias. Una experiencia única de este bonito paseo que cuentas de la vieja ciudad.
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