Los últimos cuarenta kilómetros que faltan para llegar
desde Armenia a nuestro destino es un paso de montaña con curvas interminables.
Podríamos traducir Nagorno Karabakh como
“jardín montañoso”. De hecho, el paisaje se asemeja más bien a Suiza pues sus montañas
están cubiertas con un manto de color verde profundo.
Llegamos a la frontera y nos piden los pasaportes para pagar por el visado y sellarnos la entrada. La garita es un simple vagón de tren abandonado. Pagamos y seguimos nuestro rumbo hacia la capital, Stepanekert.
Esto provocó en el 1998 un enfrentamiento como guerra no declarada entre las
dos etnias hasta el año 2004 que fue declarado el alto al fuego para entrar en
un proceso de paz que a día de hoy todavía no se ha solucionado.
Una vez alojados en el centro vamos a visitar el Museo
Estatal de Artsakh, donde una guía nos explica en inglés todo lo acontecido en
la guerra pero desde un solo punto de vista y donde no aparece ni una solo
fotografía de mezquitas ni de la cultura azerí.
El presidente de Nagorno Karabakh, Bako Shakayan, ganó las
elecciones en 2007 pero todas los temas económicos son llevados desde Armenia.
Y me entran las dudas y me cuestiono ¿cómo una región de 150.000 personas
pretende hacerse independiente?
Nos vamos hacia la fortaleza de Askerán, del que queda tan
sólo un largo muro de 14km con alguna de sus torres de vigilancia. Me siento en
una de las torres, contemplando las vistas e intentando imaginar subida en ella, como si de un testigo mudo se
tratara, el conflicto del pasado pero que sigue aún muy vigente.
A 40
kilómetros de Stepanekert, al oeste, se encuentra el
Monasterio de Gandzasar, que data del siglo XIII. Este monasterio se ubica en
un precioso cañón con un cementerio mirando a las montañas. Es la estructura
más importante que queda de Nagorno Karabakh. En su interior contiene numerosas
inscripciones y katchkars, las bellas y místicas cruces de piedra.
Paseamos por el cementerio y en sus tumbas podemos ver las
fotografías insertadas en la piedra de cada nicho, típico de las poblaciones del Caúcaso. Este es un lugar precioso
para el descanso eterno.
Después de hacer una parada en Vank para comer en un
restaurante en medio de la naturaleza, visitamos el mercado de Stepanekert. Hay gran variedad de frutas,
verduras, y algunas delicatessen locales, un mercado humilde donde la gente es
muy agradecida al comprarles frutos secos y vodka.
Emprendemos camino hacia Sushi, o Shusha en azerí, la
ciudad donde hubo la mayor masacre destruyendo todas las mezquitas. Pregunto y exijo
educadamente que queremos visitar las ruinas de las dos o tres mezquitas,
sabemos que hay algunas aún en pie a pesar del lamentable estado porque es el
único legado musulmán que existe cuando los azerís convivían con armenios en
estas tierras en armonía y paz.
Aunque es peligroso por el estado ruinoso en el
que se encuentran, allá que nos vamos corriendo entre la lluvia y la neblina
para ver lo poco que queda de ellas entre restos de tanques y edificios
ruinosos. Es un momento breve pero muy emocionante y único.
Por último visitamos una iglesia de aspecto nuevo e
impoluto. Su interior apenas tiene interés pero me llama poderosamente la atención
el ver un fresco con una imagen colgada de un santo protegiendo en su mano
derecha un icono de la virgen y en su
mano izquierda lleva un puñal.
Pregunto a la guía que nos acompaña en
el viaje que significa ese simbolismo a lo que no sabe darme respuesta, se queda en blanco un poco avergonzada.
Esta noche compartimos la cena con el grupo que nos
acompaña un iraní de origen armenio y su esposa, una inglesa, un ruso de
origen turco y su pareja un armenio de origen azerí, un suizo despistado y
nosotros dos.
Es este un interesante cocktail de nacionalidades donde nos
encontramos todos en buena armonía y en el que cada uno expone su punto de vista…parece que entre todos intentamos arreglar el mundo…a
base de vodka y frutos secos tras la cena.






















