27 de agosto de 2024

ANGOLA: LAS MUJERES MUHACAONA

Salimos desde Lubango a las 830hr hacia nuestro destino en Onconcua. Nuestro conductor se llamaba Agostinho. Durante las dos primeras horas pasamos por carretera de asfalto, luego el camino se convertía en pista y el paisaje se adornaba de algún arbusto y árboles secos en tierra  desértica. 




Pasadas unas horas empezamos a ver ganados de vacas y cabras y algún que otro hombre que estaba agazapado entre las sombras de los árboles y niños que nos perseguían tras el coche. Las aldeas se formaban de pequeñas cabañas y el camino se tornaba cada vez más difícil con baches profundos. 



Pasamos a través del paisaje desértico pedregoso donde la gente se cobijaba en pequeñas chozas bajo la sombra de algún árbol. Habían algunos niños correteando que nos saludaban al pasar. Justo al lado se encontraban las cercas de cañas y brezo para refugio de los animales. 



Paramos en el poblado de Chiange para estirar las piernas. Alrededor de la plaza principal se encontraban adornados árboles donde en sus troncos se habían esculpido formas de animales. Mientras, Agostinho reponía gasolina.



A medida que avanzamos llegamos a Onconcua y aquí ya empezamos a ver a mujeres de la etnia muhacaona que iban cargadas llevando pañuelos anudados en sus cabezas con vestimentas estampadas. 



Otras mujeres se acercaron hacia el coche y se asomaban a la ventanilla. Eran curiosas y se dejaron fotografiar sin pedir nada a cambio, algunas iban ataviadas con faldas coloridas con el pecho al descubierto. 



El cabello acostumbran a decorarlo con mezcla de excrementos de vaca formando un flequillo consistente y lo adornan con cuentas de colores y collares varios. Era como estar en un mundo lejano. Ni siquiera se atrevían a pedir dinero, signo de que el hombre blanco no ha invadido todavía sus territorios. 



Más allá en el poblado unas mujeres lavaban a un bebé con un bidón de agua. El paisaje estaba  repleto de brezo y árboles, además de baobabs. Había casas construidas de ramas y cañas.





Jóvenes mamás cargaban con sus bebés a sus espaldas o bien en los brazos. Éstos llevaban también los cabellos adornados. Cuando empiezan a ser más mayores les van colocando la boñiga de vaca a modo de flequillo como hacen los adultos.



Llegamos finalmente a la Hospedaria de Onconcua. Era un establecimiento muy modesto donde pasamos la noche. Enfrente teníamos una bella vista de la montaña. 




Nos hicieron las camas con sábanas limpias de alegres colores. Justo en la misma habitación había un murete que separaba el inodoro y la ducha era simplemente un gran barreño con agua para ducharnos a golpe de cazo. El alojamiento sólo costaba 5000 kwanzas, no llegaba a 5 euros. 



Había también restaurante para la cena y el desayuno. Cuando salimos le encargamos la cena a la cocinera para las siete y media. Nuestro día se había convertido en un viaje en el tiempo. 


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