Desde Lahiç salimos a las 8:30 h camino de ismaililly. Aquí nos esperaba un taxista para llevarnos a Shaki. Fuimos atravesando bonitos paisajes de montaña.
En el pueblo histórico de Shaki nos alojamos en un caravasar, un edificio de alojamiento para comerciantes en la Ruta de la Seda que lo habían reconvertido en hotel.
Cuando llegamos al caravasar dejamos nuestras mochilas en la habitación que por €40 pudimos disfrutar pero al ser musulmanes no había habitaciones con cama matrimonial. Un empleado nos quiso enseñar las estancias del caravasar.
Dentro de la habitación hacía demasiada calor así que nos fuimos enseguida hacia el centro que se encontraba a 1 km y medio de aquí. Bajamos la calle principal pero no vimos nada particular que nos llamara la atención.
Como aún no habíamos desayunado nos fuimos a una casa de té y bombones, mermelada y frutos garrapiñados para degustar. Francisco se pidió también un narguile con sabor a limón.
Ya desayunados nos acercamos a la plaza principal y en una panadería compramos pastelillos para el desayuno del día siguiente. El típico es el halva que está buenísimo.
Nos fuimos al mercado donde aún permanecían los tenderetes abiertos. Vendían gorros, samovares, baúles, utensilios diversos de metal, etcétera.
Subimos poco a poco hacia el caravasar dejando lo que habíamos comprado en la habitación y desde allí nos aproximamos al palacio de los Kanes de Shaki.
Es el monumento más destacado y valioso del siglo XVIII en Azerbaiyán y fue construído entre 1752 y 1762 como residencia de verano de Hussein Khan Mushtad, nieto del gran Gadzhi Chelebi.
El Palacio se encontraba situado en medio de una fortaleza amurallada. Había un bonito jardín enfrente con cipreses de cientos de años y bellas flores.
La fachada principal estaba decorada con estalagcitas en plateado con ventanales de cristal. En el interior no nos permitieron hacer fotos.
Su exterior estaba decorado bellamente con flores y a pesar de ser un palacio pequeño con cuatro habitaciones principales, poseía unas vidrieras multicolores.
El señor que nos abrió las puertas nos vigilaba constantemente para que no hiciéramos fotos así que no hubo forma de llevarme un recuerdo de su interior. Los aposentos se encontraban dibujados enmedio de sus murales con cenefas de batallas y escenas de caza.
Cuando salimos del recinto vimos a un buen hombre que llevaba algo en una especie de funda, sentado cerca de donde pasamos y Francisco me comentó que este era el señor que salió fotografiado en el libro de Marc Morte “El Cáucaso, entre leyendas y Kalasnikov”. Enseguida lo reconocí pues estaba en la misma posición y de repente sacó de la funda un lobo disecado. Ante tal sorpresa le dimos una propina para la fotografía.
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