Deambular por las calles de Palermo era sinónimo de fiesta y alegría, además de sorprendernos en cada esquina de la bulliciosa ciudad.
Vimos una gran carroza redonda tirada por caballos blancos, pomposamente engalanados.
Las mujeres iban encorsetadas en sus ceñidos vestidos de alegres colores, con peinados extravagantes y muy rococós acordes con sus vestimentas.
Un Ferrari rojo llamaba la atención en medio de la calle y los hombres de seguridad protegían al personal que allí se encontraba.
El padrino cumplía su papel y acompañaba a la novia subiendo por las escaleras que les llevaba a la iglesia circular. Las damas de honor iban arreglando la cola del vestido por donde iba pasando.
Los niños jugaban entre ellos y
no hacían más que tomar granita y refrescos en un puesto que se había alquilado para el evento mientras esperaban en la calle.
Dimos una vuelta por las cercanías de la Chiusa Salvatore y más tarde volvimos de nuevo coincidiendo con la salida de la iglesia de todos los invitados.
La novia, mucho más distendida y
con unas gafas de sol, se prestó a posar para mí, se la veía feliz y radiante pero enseguida los de seguridad se
acercaron para dirigirla hacia la carroza.
En cinco minutos los novios desaparecieron como si allí nada hubiera ocurrido al igual que los demás asistentes.
Mucho dinero y mucho peligro porque los hombres trajeados dan un gran respeto.
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