4 de junio de 2021

SICILIA: CEFALÚ

 

En el Bed & Breakfast  Casa Ruggero de Cefalú ya nos estaban esperando, así que al vernos nada más llegar nos facilitaron las llaves y nos dieron las instrucciones del alojamiento. Éste se situaba junto a la Rocca, una enorme montaña a la que uno podía subir y ver una panorámica maravillosa de toda la ciudad.



Desayunamos en uno de los bares que daban a la Spaggia, una de las playas más populares de Sicilia. 





De ahí salimos a dar un paseo por el casco antiguo y visitamos el Duomo, Patrimonio de la Humanidad junto a otros monumentos de Palermo.



Pagamos la entrada y visitamos las torres que permanecían abiertas desde el 2019 después de un largo proceso de restauración. La catedral es de origen árabe-normando, con mosaicos en su interior y un Pantocrátor de la época bizantina. 



Desde las torres se podía ver una maravillosa vista de las casas del barrio antiguo y de la Rocca.



Salimos de la catedral y subimos por unas unas escaleras donde descubrimos un bello lavatorio, el Fiume Cefalino, del siglo XVI. Había una zona cubierta con un arco donde emanaban diferentes fuentes que iban distribuyendo el agua. Antiguamente las mujeres bajaban aquí a lavar la ropa.



Fuimos hacia la playa pues hacía bastante calor y nos apetecía refrescarnos y relajarnos un poco. Alquilamos unas tumbonas y disfrutamos un buen rato del mar y el sol. 





Por la tarde, paseamos por todo el Lungomare, un paseo marítimo espectacular y antes de cenar, nos dirigimos hacia el muelle. 




Allí nos esperaba una preciosa vista de la playa y el pueblo. El mar se asemejaba a una piscina cristalina y era el sitio idóneo  para ver la puesta de sol que con su mágica luz del atardecer, las barcas de pescadores y las casas reflejándose en el mar, se convirtió en un marco incomparable.

    


Buscamos un restaurante por la calle Cordonaro donde habían bastantes restaurantes para cenar junto al mar. Pedimos un antipasto siciliano y un calamar del chef con parmentier de patata y copa de vino blanco. 



Después nos acercamos hacia la Plaza de la Catedral  para tomar una granitta de pistachio, la camarera que nos sirvió sabía algo de español y conversamos con ella un rato.



Terminamos allí nuestra velada junto a la catedral, en un ambiente tranquilo puesto que apenas había turismo, sólo el local que venía a disfrutar del fin de semana.



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