Esa tarde cogimos un vuelo de Bangkok y llegamos a Khnom Penh, la capital de Camboya. Desde el avión se divisaba toda la ciudad y el aparato en el que volábamos no dejaba de dar tumbos, era un avión tipo fokker y no parecía tener demasiada estabilidad.
Nos alojamos en el Renakse Hotel, un edificio histórico de la época colonial, en el centro de la ciudad.
Nos fuimos a pasear por la avenida que daba al río Mekong. Era un lugar donde la gente solía permanecer sentada sumida en sus pensamientos o simplemente paseaba.
El Mekong es uno de los ríos más largos de Asia, tiene una extensión de 4350 km de largo y recorre seis países: China, Birmania, Laos, Tailandia, Vietnam y Camboya.
Después del paseo, fuimos a un restaurante junto al río y comimos una sopa de pato con con lemongrass, servida en un gran plato. Estaba deliciosa.
Después montamos en un songtaw (vehículo de 3 ruedas, una bicicleta donde vas sentado delante con una especie de caparazón y detrás va al conductor pedaleando), habíamos elegido un hotel de la guía Lonely Planet y que ya no existía pues estaba en ruinas así como toda la ciudad, que permanecía destrozada todavía a causa de la guerra por haber sufrido un genocidio.
El punto fuerte fue por la noche al coger otro songtaw para dar un paseo nocturno por la ciudad. Camino del Palacio Nacional, la policía nos paró para decirnos que debíamos pagar 100 dólares por ir en aquel vehículo porque para un turista estaba prohibido.
Fue en ese momento cuando pararon una Francisco pues yo iba detrás y me acerqué con mi conductor dirigiéndome a los policías preguntando qué ocurría. Llegué justo a tiempo porque el poli corrupto ya había sacado la porra de forma amenazante para soltar un cachiporrazo.
Al final no ocurrió nada, todo se quedó en un susto. Era uno de los tantos sobornos que hacía la policía en un país donde aún no existía un gobierno propio pues en ese momento eran las Naciones Unidas quien controlaba el país.
Los conductores del songtaw nos dijeron que tranquilos pero luego teníamos que volver al hotel.
Seguimos nuestro paseo acercándonos a la gran plaza con su Royal Palace bellamente iluminado y con las estrellas de testigos.
Ese momento fue mágico, sin gente en la calle y me hizo pensar lo lejos que me encontraba de casa. Volvimos por calles apenas iluminadas y me entró de nuevo el miedo pensando que nos volverían a parar.
Al llegar nos acostamos pero esa noche me costó dormir pensando en el maldito policía.
El día siguiente lo dedicamos a visitar el Royal Palace y el Museo Nacional.
Lo más impactante fue ir al Tuol Sleng Museum (Museo del genocidio). Fue interesante pero aterrador ver a hombres de la guerra civil plasmado en fotografías, las habitaciones de tortura y se te ponía la piel de gallina.
El recinto anteriormente era un colegio y pasó a ser un campo de concentración. Era espeluznante ver las habitaciones con las mujeres, niños y hombres fotografiados antes y después de las torturas y los utensilios que utilizaron para ello. Esto nos bastó para percibir el sufrimiento de un pueblo y las secuelas que actualmente siguen sufriendo.
En la calle podías ver familias enteras destrozadas y supervivientes de un genocidio que iban en sillas de ruedas con sus extremidades mutiladas por los bombardeos. Los mutilados se acercaban a pedirte dinero porque apenas subsisten con lo que tienen.
Algunos ancianos permanecían sentados mirando al horizonte con las miradas perdidas. Otros se encontraban llorando quizás recordando sus familiares perdidos.
Intentamos cambiar de aires y nos fuimos al dia siguiente con un vuelo hacia Siam Reap.