Era necesario levantarse temprano
para ver el espectáculo que se formaba en la aldea de Katonga, junto al Lago Tanganika. Cogimos un
tuck-tuck que nos llevó por 1000 chelines tanzanos a la dirección indicada.
Los pescadores venían de faenar toda la madrugada y más de 200 embarcaciones se congregaban en la playa lacustre.
A su vez, las mujeres en la orilla del mar esperaban pacientemente
con palanganas la llegada de los pescadores para descargar y vender todo el
pescado que traían.
Esas mujeres bajaban de los pueblos aledaños y sus vestimentas, junto a las coloridas barcas, formaban una explosión de colores que se extendió por toda la playa.
Me llenaba de gozo lo que allí se estaba viviendo y empecé a fotografiar las escenas que allí se mostraban. Las barcas pintadas de rayas de alegres colores las atracaban sujetándolas con cuerdas a medida que iban llegando.
Los pescadores descargaban las mercancías en montones acumulados, sobre todo sardinillas. Aquello era un festín de animación y colorido que invitaba a entablar conversación con la gente local.
Unos jóvenes nos preguntaron de que país veníamos pues no solían encontrar forasteros por esta zona. Nos llamaban mzungus (hombre blanco) y nos daban la bienvenida, nosotros contestábamos en swahili “karibu sana” ,dando las gracias.
Más allá se encontraba un mercado de verduras y frutas que las mujeres sentadas en el suelo pesaban y ponían a la venta.
A veces cuando se presenta la oportunidad, es mucho más gratificante ir a un poblado donde encuentras a los locales realizando su vida cotidiana que visitar los lugares turísticos...cuestión de prioridades.
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