Desde Santa Lucía volamos a Barbados, ra la única manera de llegar a la isla. Fuimos con un vuelo de 40 minutos con la compañía Caribbean Airlines que opera por toda la zona de las Antillas Estados Unidos y Canadá.
Cambiamos en un ATM del aeropuerto para obtener el dólar de Barbados, pues no había oficinas de cambio.
Era un aeropuerto muy moderno, incluso los papeles de inmigración los había hecho una máquina. Cuando pasamos el control de policía nos exigieron el billete de vuelta que ya teníamos comprado.
Saliendo del aeropuerto cogimos un taxi y nos cobraron 80 dólares de Barbados para llegar a nuestro alojamiento que se encontraba a 1 km y medio de la capital, Bridgetown. Estaba a unos pasos de la Brownes Beach, una de las más bonitas playas del país.
Llegamos al bungalow. Era una casita de madera al estilo de Barbados, pintada en alegres colores y entramos con las llaves que teníamos guardadas en la caja de seguridad. Marcamos el código que nos facilitó la anfitriona, Anne Marie.
Nos salía por 78,56 € la noche, un precio muy razonable estando en Barbados. La dueña nos había atendido a través de Airbnb y fue fantástica la experiencia con ella.
Una vez todo colocado en su sitio, nos acercamos a la playa que estaba caminando a unos 12 minutos por una avenida flanqueada de casitas del mismo estilo y la gente al vernos pasar, nos saludaba y sonreia.
La Brownes Beach era magnífica, allí habían tumbonas y sombrillas para alquilar pues el sol caía fuertemente.
Nos bañamos en sus aguas cristalinas y la arena súper blanca te cegaba con el reflejo del sol. De vez en cuando venía algún catamarán muy cerca porque había rayas y tortugas en la playa, de hecho vimos una raya pasar, así que nos encontramos en el paraíso.
Por la tarde nos fuimos andando hacia la capital y encontramos el Jordan Supermarket donde compramos frutas, pan, alguna lata de legumbres y algo de bebidas. Cargamos en un taxi que estaba fuera esperando en la misma entrada y por unos €3 nos dejaron de vuelta en casa.
Media hora antes de que cayera el sol nos fuimos a la playa a tomar una cerveza, las vendían unos lugareños en su coche que hacía a la vez de chiringuito. Amablemente el señor nos dijo que podíamos después devolver el envase y nos pasamos la tarde observando a la gente y disfrutando del atardecer tomando una cerveza Banks.
La gente jugaba al atardecer a las raquetas con la pelota, otros hacían deporte corriendo por la playa y los turistas se bañaban. Había una gallina encima de un árbol que nos hacía compañía para ver la puesta de sol.
Todo era alegría y relax. La Brownes Beach era una de las playas más destacadas de la Carlisle Bay.
Fuimos a cenar al Sage Bistró, muy bonito y con comida deliciosa. Pedimos pescado mao-mao y Francisco tomó una Beat Burger con pan de pita todo muy rico y brindamos por nuestra llegada a la isla con la cerveza local.
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