Hoy salimos desde Wadi Musa con un servi- taxi hacia Amán, la capital de Jordania. El trayecto duró unas tres horas a través de una carretera semidesértica que se asemejaba más bien a una autopista.
Fuimos acompañados de otra pareja americana que no nos dirigió en todo el camino la palabra. Paramos en medio de la carretera para tomar algo. Era un bar donde sonaba música de Kylie Minogue a toda pastilla. Era una sensación extraña, música de Occidente en medio del desierto. Ya tenía ganas de cambiar de aires.
Llegamos a Amán y nos dirigimos al Palace Hotel, se encontraba en pleno centro de la ciudad. Nos alojamos en una habitación sencilla pero cómoda, tenía un balcón que daba al exterior y que era mejor evitar pues el ruido de coches era un poco agobiante.
Nos encontrábamos justo en la Mezquita de Hussein y a unos pasos del anfiteatro romano.
Amán era una ciudad poco turística, una ciudad de paso y aquí se empezaba a sentir el bullicio de los bazares. Miramos tiendas y poco a poco nos adentramos en el ambiente. Después visitamos el famoso anfiteatro, muy restaurado, rodeado de jardines y columnas que se alzaban en forma de avenida donde los jordanos solían pasear a lo largo de ellas.
En Amán la comida era barata pues comparada con Petra, al ser mucho menos turística pudimos pagar 1/3 parte de lo que costaba en la ciudad de Wadi Musa, así que nos a centramos en un restaurante donde hacían pollos al estilo a l’ast o parecido. Te lo servían entero como una especie de picantón gigante sin trocearlo ni nada. Debajo del pollo había una masa de pan donde todos los jugos quedaban concentrados del pollo. Al final nos salía pollo por las orejas pero estaba buenísimo. Iba acompañado de una ensalada refrescante de tomate pepino especias y cebolla.
La gente que comía en el local no paraba de mirarnos pues éramos los únicos turistas. La carta se encontraba en árabe, menos mal que había foto de cada plato así que hacer el pedido sólo tuvimos que señalarlo. Al traer el camarero la cuenta, Francisco alucinó de lo barato que era.
A pesar de ser una ciudad bulliciosa y llena de coches, Amán tiene su propia personalidad y se podía pasear con aire relajado.
Después de poner nuestros correos al día en un cyber café, nos acercamos al Tourist Bar. Tomamos algo de beber y fumamos narguile, la típica pipa de agua.
En la terraza había dibujadas las banderas del mundo y enseguida identificamos la nuestra, la española, se encontraba justo encima de la cabeza de Francisco. Este bar era un lugar muy cosmopolita y agradable para conversar con otros viajeros y contemplar la vida pasar.