17 de mayo de 2002

SIRIA: LLEGADA A ALEPO Y EL BARÓN HOTEL

 

El viaje en autobús desde Deir-er-Zur duró casi siete horas y se hizo un poco pesado por la calor que pasamos. Aunque recorrimos la cuenca del Eúfrates y el paisaje era evocador, casi todos llevaban las cortinas corridas para que no les diera el sol. Cada dos o tres horas el conductor paraba para que los pasajeros rezaran sacando las alfombrillas afuera. La entrada a la ciudad de Alepo fue también caótica pues había mucho tráfico.



Optamos por preguntar el precio de una habitación en el Barón Hotel. Era un emblemático edificio con cierto “charme”. Aquí se habían alojado Agatha Cristhie, Lawrence de Arabia, Attaturk y muchos otros personajes famosos.



Según la guía Lonely Planet valía la pena pero el estado deplorable en el que se encontraban las camas de las habitaciones, nos echó para atrás. Parecían barcas y el sistema eléctrico dejaba que desear. 



El botones al intentar encender las luces saltaron los plomos y salían chispas. El joven asustado salió con la mano negra así que nos fuimos despavoridos de allí. Aún y así, el restaurante y el bar no perdían el encanto de la gloriosa época.



Una vez alojados en Alepo en un hotel más salubre, nos fuimos a visitar la parte de la ciudad antigua. Hacía un día estupendo y lo aprovechamos para visitar la Ciudadela, Patrimonio de la Humanidad y que se encotraba justo al lado de un bonito hamman. 



La muralla que rodeaba a la Ciudadela era impresionante pero el interior también se encontraba en obras aunque pudimos ver muchos detalles de gran belleza, aún y así presentaba un aspecto desolador.  



Nos dirigimos hacia la parte más alta donde se encontraba el mirador con vistas a la ciudad y pedimos en el bar dos tés. Llevamos el ritmo lento en el cuerpo, no teníamos prisa y nos quedamos un buen rato contemplando las vistas en silencio.



Uno de los edificios que más me impresionaron de la ciudad fue el Maristán Argún, un antiguo hospital psiquiátrico, de la época medieval. Incluso pudimos acceder a las celdas donde se encontraban los enfermos.



Los que consideraban más peligrosos quedaban encerrados en pequeños habitáculos de 1 a 2 m2. Había una fuente en el patio central para refrescarlos cuando se ponían pesados. Un guardia nos guió por las salas abriéndonos las puertas.



La mayoría de las calles principales se encontraban en obras, así como sus monumentos. Si le sumabas la polución por la cantidad de coches que transitaban, se conviertía en una ciudad bastante incómoda y ruidosa.



Incluso hasta en el interior del zoco medieval que era imponente con techos de madera, había tráfico, lo que impedía pasear con tranquilidad.



Por la noche nos dirigimos a la parte antigua de la ciudad a un buen restaurante , el Kan Zaman, un local que se ubica en una bella casa de estilo otomano y donde pudimos degustar especialidades sirias, orientales y armenia. Lo encontramos junto al Museo de Tradiciones Populares.


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