14 de mayo de 2002

SIRIA, EN DEIR-ER-ZUR

 

Después de desayunar nos despedimos de Imad y de su tío. Fuimos hacia la estación (que se encontraba a 3km de la ciudad) con un taxista que conducía un Mercedes de los años 50. Tomamos el bus que nos llevaba a Deir-er-Zur. Nos dimos cuenta que no viajaba ningún extranjero, todos eran del país.



Había una buena carretera y el trayecto duró unas dos horas. Al llegar, cogimos un taxi que nos costó 25 lb sirias pues la estación se encontraba bastante alejada del centro, como en casi todas las poblaciones.



La calor en Deir-Er-Zur apremiaba de buena mañana. El taxista nos llevó al Raydan, un antiguo hotel donde el dueño nos dio una habitación a escoger bastante amplia, de estilo colonial, con poco mobiliario y azulejo industrial en el suelo.



Regateamos un poco el precio y nos la dejó más barata. Nos explicó dónde se encontraba todo y finalmente preguntó a Francisco si bebía alcohol porque quería invitarle a beber arak, un aguardiente anisado y que se mezcla con un poco de agua parecido al auzo griego. Así que por la noche quedamos con él a las 8 pm.



Salimos con ansias de ver un poco el centro y fuimos directamente hacia el río Eufrates. Allí se encontraba el puente colgante de 500 m. y lo atravesamos. La vista sobre el río era espectacular. El puente era transitado por gente que iba en bicicleta, niños que se lanzaban al agua y gente paseando. Las aguas del río eran limpias y caudalosas de color verde esmeralda, con diferentes tonalidades en azul intenso. Hicimos fotos a unas colegialas que pasaban por allí y al vernos se pararon posando sonrientes para la foto.



Nos dirigimos hacia el mercado de la ciudad, algo pequeño pero con mucho colorido. Principalmente vendían frutas, verduras, aceitunas, especias, también telas, plasticos…



Aquí sobre todo destacaban las mujeres que venían de los pueblos colindantes cerca de la frontera con Irak. Algunas eran muy guapas con sus vestidos brocados, velos de alegres colores y muy maquilladas con kajal en los ojos. 



Algunas venían desde Irak a vender sus productos. Otras mujeres iban tatuadas con una cruz en la frente. Eran de diferentes etnias, un matrimonio con su hijito accedieron a hacerse una foto de familia.



Se formó en el mercado un gran revuelo, los hombres querían que les hiciéramos fotos. 


Nos acercamos al bar del pueblo, era un gran local ventilado al aire libre y nos sentamos para ver el panorama. Los hombres jugaban al dominó, el backgammon y otros juegos de mesa. La mayoría fumaba con el narguile. Era un ritual así que pedimos té con menta y Francisco su pipa.

Antes de ir hacia la habitación del hotel, vimos a nuestro amigo que ya nos estaba esperando con el arak, pistachos y fruta fresca. El dueño era un damasceno que vivía desde hacía diez años Deir- er-Zur, su mujer vivia en Damasco y tenían cuatro hijos. A ella no le gustaba ir al sur pues prefería el ambiente de la gran ciudad.

Él en cambio, cuidaba del hotel porque no le gustaba vivir en Damasco así que acordaron vivír separados y se unían de vez en cuando.

Al preguntarle por temas políticos no decía que prefería no dar opinión pues aquí enseguida te podían llevar a la cárcel si no estabas de acuerdo con las ideas de quien gobernaba.

De vez en cuando se iba de vacaciones al Líbano, Irak, Jordania o por el interior de Siria. Frecuentaba los cabarets y que en Irak era barata la vida, que el Líbano era muy bonito y que a su mujer le mandaba parte del dinero que ganaba del hotel y se guardaba para sus gastos.

Salimos a cenar y nos despidimos con un hasta mañana.


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