7 de mayo de 2002

SIRIA : DAMASCO, LA MEZQUITA DE LOS OMEYAS

 

Hoy es el segundo día que nos encontramos en Damasco, capital de Siria. La mezcla de sensaciones, culturas, olores y la diversidad de sus gentes hace que me sienta en otro mundo muy distinto al mío.



El primer día que visitamos la Mezquita de los Omeyas fue casi imposible apreciar lo maravillosa que es pues festejaban el día de San Jorge, el Sant Jordi nuestro pero sin libros ni rosas.



Para los damascenos era un día festivo, por lo tanto las familias con sus niños llenaron todo el patio principal de la mezquita y demás estancias. 



Aquello parecía más un parvulario que un lugar de culto y peregrinación.



Los críos no hacían más que corretear sin parar, la gente se sentaba en cada rincón y se traían la comida. Otros se sentaban en el patio principal, así que se hizo imposible que pudiera hacer fotos como me hubiera gustado.



Volvimos por segunda vez con la entrada del día anterior y nos permitieron entrar sin pagar nada pues lo comprendieron, así que hoy disfrutamos enormemente del lugar, saliendo satisfechos.



La gran mezquita se encontraba rodeada de un gran bazar, un lugar de pasadizos con tiendas donde los comerciantes vendían todo tipo de mercancías.



El poder sentarte en los cafés al aire libre y ver pasar la gente era todo un placer: el olor de los narguiles me embriagaban. También estaban los aiguadores repartiendo zumos.



Los aromas de las especias, el olor del tabaco dulce y el ambiente hacía de Damasco una de esas ciudades con carácter y que te transportaban en el tiempo.



La gente era amable y dada a conversar mientras tomábamos té. Paseamos por el bazar donde los vendedores te invitaban a entrar.




Te regalaban caramelos, galletas o pan recién horneado, era un placer recibir tanta hospitalidad que no muchos países ofrecen.




Visitamos las madrazas antiguas (escuelas coránicas), convertidas en escuelas religiosas y diversas mezquitas de origen otomano.



Paseando por el barrio cristiano fuimos a uno de los concurridos cafés. Había un par de jóvenes que tenían mucho sentido del humor, nos dieron sus teléfonos, incluso nos regalaron tabaco para nuestra pipa. Las mujeres cristianas vestían de forma occidental y fumaban sin reparo.



A la tranquilidad del atardecer se unió el canto del muecín que a las 5pm, a través del megáfono sonaba desde una de las torres de las tantas mezquitas que había en Damasco.




Continuamos después por la zona que nos llevaba a las casas damascenas con sus antiguos palacios museo. Eran casas majestuosas decoradas con filigranas, mosaicos, fuentes, agua y plantas.



Damasco tenía todo lo que nos gustaba de una ciudad. Era diferente a lo que había conocido en mis viajes, disfrutando de los zocos, mezquitas, madrazas y sobre todo de sus gentes.


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