18 de mayo de 2002

SIRIA, EL RITUAL DEL HAMMAM EN ALEPO

 

Un guía turístico nos paró para hablar con él en el bazar. Su nombre aparecía en la guía Lonely Planet Le preguntamos para ir al hammam ya que era un poco complicado para reservar los dos en la en la misma hora. Nos comentó que si lo reservábamos de un día para otro no habría problema. Así que nos fuimos directamente al hammam más lujoso de la ciudad que se encontraba junto a la Ciudadela.

En el hammam nos dieron hora para el día siguiente pues para las mujeres no habían todos los días. Y es que mi mejor experiencia en esta ciudad ha sido sin duda el hammam, era la primera vez que lo visitaba.

Se entraba por una sala principal donde una se cambia en unas cabinas tapadas con cortinas y donde había un armario antiguo para guardar la ropa y enseres personales y llave para cerrarlo.

La sala central era mixta y podías guardar cosas de objetos de valor bajo llave. Te daban un número que lo tenías que llevar contigo.

Francisco salió preparado con la toalla de algodón a rayas enrollada en su cuerpo, se había esperado un momento y le hicieron bajar al recinto central donde le tenían preparado el calzado para entrar en los baños. Eran unos zuecos de madera terminados en punta con tacón, todo muy oriental. Al verlo salir con sus zuecos me recordaba a las geishas que solían andar a pasos cortos.



Me quedé esperando en la gran sala y entré junto con dos mujeres que hhabían reservado a la misma hora. Eran dos francesas muy exóticas, una de ellas de piel morena con cabello estilo afro y la segunda bastante alta con cabellos blancos rizados, ojos azules y piel clara. Nos saludamos y entretanto, nuestra masajista se encontraba preparando los 3 pares de zuecos, los 3 jabones y las 3 manoplas de esparto con la que nos iba a enjabonar y lavar.

Yo ya tenía mi toalla colocada con ganas de entrar y pasados unos pocos minutos nos llevaron al interior.

Al pasar hacia los baños me encontré con un masajista frotando violentamente la espalda a un hombre tirado en el suelo que al girar su cabeza no era ni más ni menos que mi pareja. Al escuchar el sonido de unos zuecos que se aproximaban de forma escandalosa, vio que era yo quien los llevaba y mis otras compañeras y yo sonreímos al pasar.

Una vez situadas en nuestra sala para mujeres, nos dijeron que nos metiéramos en los baños de vapor un buen rato, nos sentamos en las piedras calientes a sudar y nos fuimos echando agua con unos cuencos de aluminio alternando con agua caliente y fría.

En medio de la niebla nos estiramos y nos relajamos. Al cabo de un rato la masajista nos llamó una a una para empezar con el ritual. Cuando me tocó el turno me senté frente a ella y empezó a enjabonarme: primero el pelo moviéndome la cabeza de un lado a otro como si fuera un muñeco de goma.

Me enjuagaba con agua caliente. De nuevo otra enjabonada y me lavaba esta vez el cuerpo: primero los brazos y las manos. Utilizaba una especie de estropajo de sisal para sacarme las pieles muertas y con el jabón continuaba el masaje, esta vez con un estropajo más suave y me hizo poner boca abajo.

Estaba completamente en sus manos y me dejé hacer. Era una deliciosa sensación, mi cuerpo se relajaba y a medida que iba avanzando no quería que acabara. Me hizo poner esta vez boca arriba y empezó por los pies haciéndo crujir los huesos, las piernas, las nalgas, el bajo vientre (sentía cosquillas y me hizo reir), el estómago, los senos, el cuello y volvió a enjuagarme una y otra vez con agua caliente.

Acabó el masaje poniéndome sentada frente a ella haciendo crujir los huesos de las manos y los brazos. Tocó puntos de acupuntura, unas veces más fuertes que otras y mi cuerpo recobró vida.

Se despidió dándome tres besos en las mejillas y volví hacia mis compañeras indicándoles que ya podían salir.

Me quedé en la sala recostada y concentrándome en los rayos de luz que asomaban por los pequeños orificios de la claraboya. Era una sensación única y me sentía como una reina.

Más tarde volvieron mis compañeras. Se llamaban Jamelle y Sabine. Empezamos a jugar con los cuencos tirándonos agua unas a otras como niñas. Parecía un festín de purificación.



Antes de salir nos cambiaron de nuevo las toallas por otras más mullidas de rizo. Una me la enrollé en el cabello y la otra para el cuerpo. Se despidió nuestra masajista de nuevo con 3 besos a cada una y salimos de nuevo a la sala central. Me sentía flotar y ausente de lo que me rodeaba y a lo lejos ví a Francisco que me esperaba sentado.

Nos tomamos un té a la naranja y nos relajamos en el salón mixto entre cojines. Parecía una odalisca con mofletes de Heidi. Dos horas de auténtico placer. Una señora del hammam me puso unas gotas de perfume de flores exóticas.

Nos cambiamos, me peiné y sequé los cabellos. El hammam es una experiencia que todo viajero debería experimentar o probar al menos una vez en la vida. Nos despedimos dando las gracias y nos fuimos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te agradezco dejes tu comentario.GRACIAS.