Esta mañana estuvimos visitando por primera vez a la luz del día el Siq, el tesoro y el monasterio. Para llegar hasta allí hay que subir unos 800 escalones. Es la parte más alejada de la ruta principal y merece la pena. Subiendo a tu propio paso merece la pena pararse a hacer fotos del paisaje.
Vimos algún turista que subía con burro, otros lo hacen a pie como nosotros. Creo que así es la mejor forma porque puedes pararte mientras ejercitas las piernas.
La tierra era de una gama increíble de tonalidades. Del rojo al amarillo pasando por el marrón, beige y terracota.
Una vez llegas a la cima, puedes tomarte un té sentada dentro de una jaima.
El té con menta estaba riquísimo y se agradecía. Llegué con las mejillas sonrojadas al estilo “Heidi” por el esfuerzo realizado.
Estamos sentados, rodeados de cojines y disfrutando de la magnífica vista del Monasterio de piedra de Al-Dayr.
A unos cientos de metros más allá del monasterio pudimos contemplar las montañas que nos rodeaban, el desierto, en la lejanía.
La excursión había sido muy completa, unas 7 horas de ida y vuelta aproximadamente.
Más tarde al llegar al hotel descansamos un poco y por la noche salimos a cenar a un restaurante donde ofrecían la típica cocina del desierto: arroces especiados con cordero y en la veleda estuvimos escuchando música beduina.
Al día siguiente visitamos el altar del sacrificio que se encontraba a unos 1000 m de altura desde donde podíamos divisar los templos que habían más allá con sus tumbas reales, unas al lado de otras.
En la montaña se encuentran los guardianes que con sus trajes blancos custodian medio ocultos por las sombras los féretros de los antiguos nabateos. El calor era sofocante pero seco así que apenas sudábamos. Pudimos ver al otro lado el pueblo de Wadi Musa en el valle.
La vista era preciosa. Nos hemos pasado más de 1 hora entera leyendo, contemplando el paisaje y haciendo fotografías sin nadie que nos molestara.
Aquí, la roca y la arena son rosadas, casi rojizas, me recuerdan a la sangre que debían derramar los animales que en su día sacrificaban.
Al bajar, nos encontramos a unos niños que paseaban con su burro y un pequeño vino a regalarnos una piedra de colores que la tengo guardada como si fuera un pequeño tesoro.
La niña iba con ellos quiso que le fotografiáramos con el camello que llevaba.
La hospitalidad de la gente y la inocencia de los niños te incitan a viajar más. Cada vez estoy más convencida de que la vida en si es un viaje continuo donde lo importante no es el destino sino el camino que uno recorre. Es una frase que leí en algún libro pero que se convirtió en mi lema.
Bajo un sol de justicia nos dirigimos hacia las tumbas. Quizás sería bonito recorrerlas en camello pues hay bastante distancia pero optamos por ir a pie para ir parando donde nos plazca.
Esta noche compramos postales para la familia y fuimos a escribirlas a un bar con terraza para tomar algo. Podíamos escuchar música, era un lugar idóneo.
En las tiendas vendían unas botellas pequeñas de recuerdo con dibujos de arena natural de diferentes colores muy bonitas.
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