8 de mayo de 2002

SIRIA : LA MEZQUITA ZEINAB

 

Damasco era un centro importante de peregrinación, también para los chiítas y al visitar esta mañana la mezquita iraní (se encontraba a unos 10 km de la ciudad) nos dimos cuenta del fuerte arraigo a la religión.



Hombres y mujeres entraban por separado, veías a las personas concentradas en su intimidad llorando, implorando, lamentándose y me produjo un gran escalofrío en el cuerpo.



Incluso veía mujeres muy jóvenes, ellas tocaban la tumba de una niña que la consideraban sagrada pues con tres años de edad fue asesinada sesgándole la cabeza. 




Ocurrió hace cientos de años y fue convertida en mártir. A día de hoy siguen implorándola, aunque su fe y convicción… me parecia exagerada.



En la zona de la cúpula central de la mezquita había otro grupo amplio de mujeres sentadas y aquí sí se mezclaban hombres y mujeres pero ellos estaban apartados de nosotras punto los hombres se golpeaban fuertemente el pecho con su puño, incluso lloraban, me encontraba en un mundo que apenas conocía pero que a la vez me inspiraba respeto. 



Lo bueno de ir disfrazada de cabeza a pies me hizo pasar desapercibida y en silencio, podía observar y sentir emociones que me tocaban el alma.



De nuevo juntos, se nos acercó una mujer de 29 años de origen iraní para entablar conversación en inglés. Nuestra sorpresa aumentó cuando comenzó a explicarnos el por qué de su visita a Siria. 




Había venido con su marido e hija de 2 años peregrinaje en autobús desde Irán. Viven en Tabriz y dentro de una semana estarán de vuelta a su país. El autobús dura casi 2 días, así que les espera una dura vuelta. Después de presentarnos al marido y a su hija intercambiamos opiniones y nos despedimos deseándoles un buen viaje de vuelta a Irán. La mezquita Zaida era preciosa.



Salimos contentos después de esta experiencia enriquecedora pero a la vez oprimente, volvimos a la ciudad con un taxi y nos fuimos a un restaurante ubicado en un palacio de los Omeya. 



Volvimos a sentir el placer de la gastronomía que era muy mediterránea con toques exóticos de frutos secos y especias.

7 de mayo de 2002

SIRIA : DAMASCO, LA MEZQUITA DE LOS OMEYAS

 

Hoy es el segundo día que nos encontramos en Damasco, capital de Siria. La mezcla de sensaciones, culturas, olores y la diversidad de sus gentes hace que me sienta en otro mundo muy distinto al mío.



El primer día que visitamos la Mezquita de los Omeyas fue casi imposible apreciar lo maravillosa que es pues festejaban el día de San Jorge, el Sant Jordi nuestro pero sin libros ni rosas.



Para los damascenos era un día festivo, por lo tanto las familias con sus niños llenaron todo el patio principal de la mezquita y demás estancias. 



Aquello parecía más un parvulario que un lugar de culto y peregrinación.



Los críos no hacían más que corretear sin parar, la gente se sentaba en cada rincón y se traían la comida. Otros se sentaban en el patio principal, así que se hizo imposible que pudiera hacer fotos como me hubiera gustado.



Volvimos por segunda vez con la entrada del día anterior y nos permitieron entrar sin pagar nada pues lo comprendieron, así que hoy disfrutamos enormemente del lugar, saliendo satisfechos.



La gran mezquita se encontraba rodeada de un gran bazar, un lugar de pasadizos con tiendas donde los comerciantes vendían todo tipo de mercancías.



El poder sentarte en los cafés al aire libre y ver pasar la gente era todo un placer: el olor de los narguiles me embriagaban. También estaban los aiguadores repartiendo zumos.



Los aromas de las especias, el olor del tabaco dulce y el ambiente hacía de Damasco una de esas ciudades con carácter y que te transportaban en el tiempo.



La gente era amable y dada a conversar mientras tomábamos té. Paseamos por el bazar donde los vendedores te invitaban a entrar.




Te regalaban caramelos, galletas o pan recién horneado, era un placer recibir tanta hospitalidad que no muchos países ofrecen.




Visitamos las madrazas antiguas (escuelas coránicas), convertidas en escuelas religiosas y diversas mezquitas de origen otomano.



Paseando por el barrio cristiano fuimos a uno de los concurridos cafés. Había un par de jóvenes que tenían mucho sentido del humor, nos dieron sus teléfonos, incluso nos regalaron tabaco para nuestra pipa. Las mujeres cristianas vestían de forma occidental y fumaban sin reparo.



A la tranquilidad del atardecer se unió el canto del muecín que a las 5pm, a través del megáfono sonaba desde una de las torres de las tantas mezquitas que había en Damasco.




Continuamos después por la zona que nos llevaba a las casas damascenas con sus antiguos palacios museo. Eran casas majestuosas decoradas con filigranas, mosaicos, fuentes, agua y plantas.



Damasco tenía todo lo que nos gustaba de una ciudad. Era diferente a lo que había conocido en mis viajes, disfrutando de los zocos, mezquitas, madrazas y sobre todo de sus gentes.


6 de mayo de 2002

JORDANIA : LLEGADA A AMÁN

 

Hoy salimos desde Wadi Musa con un servi- taxi hacia Amán, la capital de Jordania. El trayecto duró unas tres horas a través de una carretera semidesértica que se asemejaba más bien a una autopista.



Fuimos acompañados de otra pareja americana que no nos dirigió en todo el camino la palabra. Paramos en medio de la carretera para tomar algo. Era un bar donde sonaba música de Kylie Minogue a toda pastilla. Era una sensación extraña, música de Occidente en medio del desierto. Ya tenía ganas de cambiar de aires.



Llegamos a Amán y nos dirigimos al Palace Hotel, se encontraba en pleno centro de la ciudad. Nos alojamos en una habitación sencilla pero cómoda, tenía un balcón que daba al exterior y que era mejor evitar pues el ruido de coches era un poco agobiante.



Nos encontrábamos justo en la Mezquita de Hussein y a unos pasos del anfiteatro romano. 



Amán era una ciudad poco turística, una ciudad de paso y aquí se empezaba a sentir el bullicio de los bazares. Miramos tiendas y poco a poco nos adentramos en el ambiente. Después visitamos el famoso anfiteatro, muy restaurado, rodeado de jardines y columnas que se alzaban en forma de avenida donde los jordanos solían pasear a lo largo de ellas.



En Amán la comida era barata pues comparada con Petra, al ser mucho menos turística pudimos pagar 1/3 parte de lo que costaba en la ciudad de Wadi Musa, así que nos a centramos en un restaurante donde hacían pollos al estilo a l’ast o parecido. Te lo servían entero como una especie de picantón gigante sin trocearlo ni nada. Debajo del pollo había una masa de pan donde todos los jugos quedaban concentrados del pollo. Al final nos salía pollo por las orejas pero estaba buenísimo. Iba acompañado de una ensalada refrescante de tomate pepino especias y cebolla.

La gente que comía en el local no paraba de mirarnos pues éramos los únicos turistas. La carta se encontraba en árabe, menos mal que había foto de cada plato así que hacer el pedido sólo tuvimos que señalarlo. Al traer el camarero la cuenta, Francisco alucinó de lo barato que era.

A pesar de ser una ciudad bulliciosa y llena de coches, Amán tiene su propia personalidad y se podía pasear con aire relajado.

Después de poner nuestros correos al día en un cyber café, nos acercamos al Tourist Bar. Tomamos algo de beber y fumamos narguile, la típica pipa de agua.



En la terraza había dibujadas las banderas del mundo y enseguida identificamos la nuestra, la española, se encontraba justo encima de la cabeza de Francisco. Este bar era un lugar muy cosmopolita y agradable para conversar con otros viajeros y contemplar la vida pasar.

4 de mayo de 2002

JORDANIA : PETRA, LA CIUDAD DE LOS NABATEOS

 

Esta mañana estuvimos visitando por primera vez a la luz del día el Siq, el tesoro y el monasterio. Para llegar hasta allí hay que subir unos 800 escalones. Es la parte más alejada de la ruta principal y merece la pena. Subiendo a tu propio paso merece la pena pararse a hacer fotos del paisaje.



Vimos algún turista que subía con burro, otros lo hacen a pie como nosotros. Creo que así es la mejor forma porque puedes pararte mientras ejercitas las piernas.



La tierra era de una gama increíble de tonalidades. Del rojo al amarillo pasando por el marrón, beige y terracota.



Una vez llegas a la cima, puedes tomarte un té sentada dentro de una jaima. 




El té con menta estaba riquísimo y se agradecía. Llegué con las mejillas sonrojadas al estilo “Heidi” por el esfuerzo realizado.



Estamos sentados, rodeados de cojines y disfrutando de la magnífica vista del Monasterio de piedra de Al-Dayr.



A unos cientos de metros más allá del monasterio pudimos contemplar las montañas que nos rodeaban, el desierto, en la lejanía. 



La excursión había sido muy completa, unas 7 horas de ida y vuelta aproximadamente.




Más tarde al llegar al hotel descansamos un poco y por la noche salimos a cenar a un restaurante donde ofrecían la típica cocina del desierto: arroces especiados con cordero y en la veleda estuvimos escuchando música beduina. 



Al día siguiente visitamos el altar del sacrificio que se encontraba a unos 1000 m de altura desde donde podíamos divisar los templos que habían más allá con sus tumbas reales, unas al lado de otras.



En la montaña se encuentran los guardianes que con sus trajes blancos custodian medio ocultos por las sombras los féretros de los antiguos nabateos. El calor era sofocante pero seco así que apenas sudábamos. Pudimos ver al otro lado el pueblo de Wadi Musa en el valle.



La vista era preciosa. Nos hemos pasado más de 1 hora entera leyendo, contemplando el paisaje y haciendo fotografías sin nadie que nos molestara. 




Aquí, la roca y la arena son rosadas, casi rojizas, me recuerdan a la sangre que debían derramar los animales que en su día sacrificaban.




Al bajar, nos encontramos a unos niños que paseaban con su burro y un pequeño vino a regalarnos una  piedra de colores que la tengo guardada como si fuera un pequeño tesoro.



La niña iba con ellos  quiso que le fotografiáramos con el camello que llevaba.



La hospitalidad de la gente y la inocencia de los niños te incitan a viajar más. Cada vez estoy más convencida de que la vida en si es un viaje continuo donde lo importante no es el destino sino el camino que uno recorre. Es una frase que leí en algún libro pero que se convirtió en mi lema.




Bajo un sol de justicia nos dirigimos hacia las tumbas. Quizás sería bonito recorrerlas en camello pues hay bastante distancia pero optamos por ir a pie para ir parando donde nos plazca.



Esta noche compramos postales para la familia y fuimos a escribirlas a un bar con terraza para tomar algo. Podíamos escuchar música, era un lugar idóneo.



En las tiendas vendían unas botellas pequeñas de recuerdo con dibujos de arena natural de diferentes colores muy bonitas.