Romualdo es un chaval de 28 años y es guía oficial en el norte de Benín. Nos hace un presupuesto para ir a ver las tata por la mañana.
Toda la zona donde habitan los Batammariba forma parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad. Romualdo nos llevó a unos 26 km de Natitingau para ver dos tipos de tata: eran las casas castillo típicas de la zona y los que allí habitan son los Otomari o Batammariba.
Salimos a las 9:30 h y de camino vimos a unos chavales vestidos con sus sombreros típicos llevando el rebaño de cabras.
Eran de la etnia Péul y se pararon a saludarnos. Atravesamos la cadena montañosa de Atakora por caminos de suaves colinas y lindo paisaje.
Llegando a la primera etapa dejamos el coche y campo a través echamos a andar entre las cosechas de sorjo, soja y maíz.
A medida que nos íbamos acercando, ya se vislumbraban los techos puntiagudos de paja de las tata. Estas construcciones llevan cientos de años edificadas por sus antepasados, se van reconstruyendo para que duren entre 6 y 12 años, lo hacen con arena molida y tierra y se deja secar, de esta forma la construcción permanece de abuelos a nietos y así sucesivamente.
El interior de las tatas eran magníficas, con su salón, el fuego y un lecho construído en piedra para acostarse los más mayores, pues no todos pueden subir a la parte superior.
También había espacio para los animales como gallinas cabras y polluelos. La entrada de las casas suelen ser estrechas porque cuando antaño cazaban y le daban mal a un búfalo, éste al encontrarse herido se enfurecía más e iba detrás del cazador que corría hacia la entrada de la casa para guarecerse del animal, así éste no podía entrar y lo atacaban desde la planta superior de la azotea con flechas.
Había la zona de cocina y de moler los granos y en la parte superior es donde habitualmente suelen descansar.
Había una habitación para el padre, otra para la madre y una habitación central para unirse los dos.
Otra habitación para los hijos que entraban por el agujero con los pies extendidos en el suelo etc...
También en la segunda tata que vimos había más de lo mismo pero con la diferencia de que esta última habían dos tatas juntas.
Pasamos por la Oficina de Turismo donde recogimos los tickets para pagar la tasa del segundo poblado.
Los personas que hemos conocido y con los que hemos interactuado ha sido en la primera casa. Era un padre con tres hijos y una hija que quedó viudo hace unos años.
Aunque ellos viven en la casa adjunta a la tata, les da para vivir pues del turismo van recopilando para ir manteniendo las casas.
El buen hombre al ver que éramos dos personas (pues a veces han venido grupos de 40) se ha animado a hacerse unas fotos posando con su arco y flechas y nos hemos reído mucho pues lo hacía con una gracia natural.
Todos llevan marcas en la cara, son escarificaciones que les identifica a cada familia, se lo suelen hacer desde muy pequeños.
En la zona superior de los tata suelen guardar el grano abriendo el sombrero cónico y de esta forma se conserva de la humedad.
En una de las casas, una abuela que estaba durmiendo la siesta la despertaron para que saliera fuera y se sentó en el patio con sus nietos, cosa que no me pareció bien que la molestaran.
Aquí nos acompaña también un joven profesor de Ciencias Naturales que da clase en la aldea en la escuela pública y tiene entre 60 y 70 alumnos por clase.
Después de la visita de los tata, Romualdo nos enseñó un baobab de 400 años, su tronco enorme estaba hueco por dentro y había una puerta para entrar en él.
Los frutos que da se parecen a los mangos y los babuinos los cogen y al abrirlos chafan el interior de la fruta para dárselo a los bebés, pero los elefantes son los que estropean los baobabs por que cogen el agua de su interior y es un destroce para el árbol.
Preguntamos si era posible visitar el Parque Nacional de Pendjari que es Patrimonio de la Humanidad, Romualdo me dijo que todavía no se podía ir porque desde el 2020 permanecía cerrado por la pandemia del COVID y más tarde vino la ocupación de las guerrillas en el parque y es lo que hace imposible su visita de momento.
Subimos a un mirador donde se ven las montañas de Atakora, a tan solo 14km kilómetros de aquí. Para cruzar la frontera con Togo es mejor hacerlo por D’ojan hasta Kara a no ser que ese día sea cuando funcione el mercado y entonces sí hay transporte para cruzarlo por aquí.
Las vistas son magníficas y corre la brisa, estando a gusto en la sombra alargamos la conversación pero ya tenemos que volver a Natitingau.
Descansamos un rato en el hotel y a media tarde y nos vamos a ver el museo regional. Como abrían en un rato fui a ver las tiendas que habían alrededor del recinto y compré una máscara con las escarificaciones típicas de la etnia Otammari.
El museo lo abrieron solo para mí pues Francisco se quiso quedarse fuera. El guía del museo me daba la misma explicación breve (lo mismo que indica en los letreros) y no se podía hacer fotos.
Era un museo interesante con una amplia colección de utensilios y cerámica localizados por los arqueólogos en la zona del país Otammari.
Cuando ya anochece nos fuimos al restaurante que hay enfrente del hotel y pedimos cuscús con salsa de tomate y verduras de col y zanahoria. Nos sale súper barato 2500 CFA con la botella de agua incluida.
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